Consumismo: compra como rito de exorcismo
La libertad de considerar la vida como una salida de compras prolongada, significa considerar el mundo como un depósito desbordante de productos de consumo.
El ser humano busca de su cuerpo una imagen.
La compulsión a comprar convertida en adicción es una encarnizada lucha contra la aguda y angustiosa incertidumbre y contra el embrutecedor sentimiento de inseguridad.
La compra compulsiva-adictiva es siempre el ritual diurno destinado a exorcizar la horrenda aparición de la incertidumbre y la inseguridad que acosa por la noche. La compra ritual del día es la calma del miedo de la noche.
La vida organizada en torno del consumo debe arreglárselas sin normas guiadas por la seducción, y los deseos volátiles.
La idea reside en convertir el lujo de hoy en la necesidad de mañana y reducir al mínimo la distancia entre el hoy y mañana: “Lo quiero ya”
Como consumidores la búsqueda desenfrenada de sensaciones se contrapone con el verdadero sentido del ser.
La práctica de la compra determina nuestra política de vida (imagen; amigos; carrera), es una competencia despiadada persiguiendo la autodefinición disolviendo la unión y solidaridad.
Sea cual sea la disponibilidad de dinero que uno tenga, no hallaremos en un centro comercial el amor, la amistad, los placeres de la vida hogareña, la satisfacción de cuidar a seres queridos o ayudar a un vecino en apuros.
La felicidad no está determinada por la gratificación de los deseos ni por la apropiación y el control que aseguren confort, sino más bien por un aumento permanente en el volumen y la intensidad de los deseos, lo que a su vez produce una fila cada vez más interminable de productos creados para el desecho y la sustitución.
Bauman nos dice entonces, que el moderno consumismo líquido se caracteriza por una negociación del significado del tiempo; incorpora la idea del “tiempo puntillista” en su discusión. Esta imagen presenta al tiempo como fracturado en multitud de “instantes eternos” que se oponen a conceder importancia tanto al pasado de la tradición como al futuro del progreso, para volcarse únicamente en las infinitas posibilidades y satisfacciones que caben en un presente eterno.
De esta manera, la vida acelerada que caracteriza al consumismo está basada en la velocidad que entraña la necesidad de alcanzar las oportunidades que se presentan en el momento y que anuncian el peligro de desaparecer al instante. Vale decir que el autor enfatiza en que el apremio no consiste en adquirir y acumular sino en eliminar y reemplazar. El valor supremo y característico de una sociedad de consumidores es una vida feliz aquí y ahora.
Consumir es invertir en la propia pertenencia a la sociedad. El propósito fundamental y decisivo del consumo es elevar el estatus del consumidor al de un bien de cambio vendible. Y no es conveniente olvidar que el desempeño eficiente del consumidor recae sobre la responsabilidad de cada consumidor. Si se acepta esta proposición, se puede afirmar que no existe la invalidez social, solamente la carencia e incompetencia personal, lo que descarta toda causa de raíz social.
A su vez, esta proposición conlleva un nuevo planteamiento de la pobreza, la exclusión y la criminalidad. Los pobres de hoy no son los desempleados sino “los no consumidores”. El tema de la pobreza es, exclusivamente, un problema que atañe a la ley y el orden y se debe responder a él como se responde ante otras instancias de trasgresión de la ley.
El aumento de la criminalidad no es un problema de descuido o de mal funcionamiento de la sociedad, sino un producto propio de la misma sociedad de consumo, en el que cada vez se hace más grande la brecha entre aquellos que desean y son capaces de satisfacer sus deseos y los que han sido seducidos pero son incapaces de actuar de la manera en que se espera que actúen.
A diferencia de la “clase trabajadora”, la clase que cumple una función indispensable para la sociedad; y de la “clase baja”, que pertenece a la imagen de una sociedad con movilidad; la “infra clase” remite a una sociedad que no es accesible para todos, que excluye a una categoría de gente a quien se aplica la ley negándole o retirándole su aplicación, gente sin valor de mercado, incapaces de abocarse a la actividad de consumir. Como estas personas resultan inútiles, sólo se repara en ellas por los peligros que representan.
Referencia Bibliográfica:
Bauman Zygmunt. Vida de Consumo. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires. (2007).
ROMINA RODRIGUEZ
Lic. en Servicio Social/Especialista en salud social y comunitaria.