Tomás Penacino se presentó en Bayauca para celebrar mucho más que 30 años con la música
EMOTIVO. El reconocido artista cantó frente a la capilla del pueblo y compartió un grato momento con grandes amigos que le ha dejado su paso por Lincoln y las localidades en el primer tramo de la década de 1990. “El Espíritu Santo nos llevó por esas mismas sendas de tierra y polvareda para celebrar la vida”, expresó.
El pasado domingo 15 de enero, el cantautor Tomás Penacino brindó un concierto frente a la capilla “San Isidro Labrador” de Bayauca, en el marco de una presentación a la que él mismo tituló “Resurrección de la alegría”.
“Tenía que ponerle un título, si es que se puede abarcar en pocas palabras, a lo vivido este domingo en el amado pueblo de Bayauca. No encontré mejor resumen que la poesía de Armando Tejada Gómez, que expresa en algunos de sus versos: ‘Desde el amor, todo regresa, como los pájaros y el alba. Resurrección… Digo su nombre y lleno el aire de campanas, porque el que nace a la ternura vence a la muerte cotidiana, abre las puertas de la vida y lleva un niño en la mirada’”, manifestó Penacino después de su actuación.
Además, indicó: “El amor nos regresó a esa comunidad que tres décadas atrás había visto llegar con asombro a la capilla ‘San Isidro Labrador’ a un camión y a un par de autos, de los cuales habían empezado a bajar chicas y muchachos, y, con ellos, carpas, mochilas, guitarras, pelotas de fútbol y ella, la ‘abridora de todas las puertas’, nuestra Madre de Luján”.
“El Espíritu Santo nos llevó por esas mismas sendas de tierra y polvareda para celebrar la vida, con la excusa de los treinta años con la música y también de haber sido ensillado con el diaconado permanente”, continuó el artista.
Luego relató: “‘Te consigo el club’, me dijo Hugo Espinosa cuando le comenté, tres semanas atrás, que necesitaba ir a su pago. ‘No, ‘Huguito’. Lo que tengo soñado es que se arme la cantada ahí, frente a la capilla, como cuando hacíamos los fogones populares en los días de misión’. ¡Y así sucedió! Como siempre, dándome Dios mucho más que lo esperado…”.
A continuación, el cantautor repasó: “Vi cruzando la plaza, con sus casi 90 años, y ayudada por su bastón, a Celia Ibáñez, que abandonó la ‘clausura’ de esa abadía hogareña que es su casa, para estar acompañando. Nos miramos con la ‘Susi’ y ambos asentimos: ‘¡Había que venir!’”.
“No nos habíamos repuesto de los primeros sacudones emocionales cuando desembarcaron algunos de aquellos misioneros de los ’90, con varios años más y algunos de sus hijos acompañándolos. Por los senderos de la plaza los veía venir también a los bayauqueros. ‘A estos los casé… ¡Y a aquellos, también!’”, subrayó.
“Como en las misiones, hubo que sacar los bancos de la capilla a la calle. Y no aguanté más, enchufé la guitarra y encaré el micrófono. Varios ‘letristas’ de mis canciones estaban allí. El repertorio, al que voy ajustando según dónde me encuentre, necesitó traer, además de la ‘Leyenda del artesano’ y ‘Leticia y los rengos’, el chamamecito para Leticia Vázquez. Y no podía faltar tampoco ‘El tesoro de los pueblos’, chamarrita en la que abrazo a Carlos Salas, Bellocq y Bayauca, con Celia y su acento castellano ahí, delante de mí”, reseñó.
“La vasca de Ujué, que vino por un mes a la Argentina y lleva más de 70 años en el pueblo al que eligió para vivir y morir, me robó el protagonismo. Ella fue el centro de todas las miradas y de los aplausos, cuando la invité a que cantara algo de su tierra para dedicarle a Marta, la madre de todos los Espinosa, que estaba presente, cumpliendo años”, prosiguió Penacino.
Posteriormente destacó: “Llegó, luego, otro momento al que me había atrevido imaginar en los días previos y se dio también: hacer un cierre con los misioneros con aquellas obras que recreábamos en los fogones”.
“Y había más. Susana Ottaviano, una de las abnegadas trabajadoras de la Comisión de la capilla, apareció con una torta que tenía el número 30 y velitas. Luego de encarar deliciosas empanadas, pizzas y sanguchitos entre todos los presentes, Susana, Celia y yo cortamos la riquísima torta, simbolizando estas tres décadas de camino, de canto y de servicio”, evocó.
“Llegó la hora de regresar, y se sucedieron los abrazos y la promesa de volver, esta vez en propuesta de Gastón, para comer un cordero en el patio de la ‘Celia’. Será ocasión para dejar, nuevamente, que la vida nos lleve puestos y se obre el milagro de ver resucitar la alegría con casi nada, que en verdad es todo: el amor de Dios uniendo a sus hijos”, concluyó Penacino.