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Querido padre de un adolescente

El otro día vi a una piba llorando sola en la plaza. Tendría 15, quizás 16. Estaba sentada en un banco, apretando el celular con las dos manos como si fuera un salvavidas. Lloraba callada, como lloran los que ya están acostumbrados a que nadie los escuche. Pasé caminando cerca, lento, y me dieron ganas de sentarme al lado y preguntarle qué le pasaba.

Pero no lo hice. Porque no supe si eso era cuidar o invadir. Y también porque me acordé de mí a los 15. De cuando nadie entendía nada de lo que me pasaba, y yo tampoco.

Entonces escribo esta carta. Para ustedes. Los padres de adolescentes.

Hay algo que necesitamos recordar: los chicos de hoy no la tienen más fácil que nosotros. La tienen más llena. De todo. De expectativas, de pantallas, de cuerpos perfectos que no existen, de ansiedad, de ruido. Crecen en un mundo donde todo se ve, todo se juzga y todo se sube a una historia de Instagram.

Y, encima, les pedimos que no se angustien.

Hoy, un adolescente libra su propia batalla. Con su cuerpo, que cambia más rápido que sus certezas. Con sus amigos, que a veces desaparecen sin decir nada. Con lo que se espera de ellos. Con sus ganas. Con sus silencios.
Y nosotros, los adultos, a veces hacemos ruido en vez de hacer lugar.

No hace falta tener todas las respuestas. Lo que hace falta es estar de a ratos. Estar sin exigirles que hablen, pero sin desaparecer cuando callan. Estar sin juzgar si un día se odian y al otro se aman. Estar cuando se encierran en su cuarto.

Escuchar, sin apurarse a interpretar. A veces no necesitan terapia. Necesitan tiempo. Y alguien que les diga: “A mí también me dolía todo cuando tenía tu edad”.

Los adolescentes no son raros. Están en medio del salto más largo de la vida. Y les tiemblan las piernas. Lo que necesitan no es un entrenador ni un juez. Necesitan red.
Y, si no sabemos cómo hacerlo, arranquemos por lo más simple: no hablar cuando no haya que hablar. Acompañar cuando no pidan compañía. Y recordar que muchas veces la frase “Estoy acá si me necesitás” vale más que cien consejos.

Tal vez algún día ellos no lo digan en voz alta. Pero van a saber que ahí estuvimos. Sin exigir aplausos.

Y, si no, al menos dejémosles una milanesa lista cuando vuelvan.

Con respeto y ternura.

Por Florencia Hidalgo López.