Quería conocer las montañas y recorrió más de 1.000 kilómetros en su bicicleta para lograrlo
HISTORIA. Ariel Ferreyra es un linqueño que siempre ha tenido un espíritu aventurero, pero nunca había podido mostrarlo. Este año se propuso llegar hasta la Sierra de la Ventana y emprendió una travesía con pocas cosas materiales, pero con unas ganas inquebrantables.
El sábado 1 de febrero, temprano, Ariel se levantó en su casa del barrio Sagrado Corazón, desayunó mientras terminaba de ajustar los últimos detalles y de fijarse que no le faltara nada, saludó a su familia, le dio un abrazo a su hija, agarró su bicicleta “Kawasaky” y salió.
Ariel Ferreyra está a menos de un mes de cumplir 40 años. Sabe hacer de todo y se la rebusca, a veces de albañil, a veces con alguna changa. Pero en su cabeza y en su corazón tenía un sueño: conocer las montañas.
“Hacía muchos años que quería ir en bicicleta hacia las montañas, pero siempre está el miedo de la ruta. No tengo preparación física, nada, porque no hago ningún tipo de deporte, y ésas eran cosas que me frenaban, y me daba vueltas y vueltas, hasta que dije: ‘Voy hasta donde llegue’. Y arranqué”, contó en diálogo con La Posta Radio.
La travesía no era fácil y en algunos momentos habían aparecido algunas dudas. “Me quise volver muchas veces a los 100, a los 150 kilómetros, pero tenía pensado llegar, e iba a llegar”, se sinceró.
Su destino era Sierra de la Ventana, ese macizo imponente que se levanta en medio de la llanura pampeana, ubicado a casi 600 kilómetros de Lincoln.
“Primero me guiaba con el GPS y, después, con la información en la ciudad de por dónde iba, para dónde podía ir con menos tránsito… Cambié un poco la ruta adonde iba a ir primero porque algunos tramos eran muy peligrosos”, relató.
El equipaje no era mucho y la preparación del rodado, tampoco. Iba con lo justo y un poco menos. En ese sentido explicó: “Tengo una bicicleta con cambios, porque, si no, no podía ir para esos lados. Pero salí con la bicicleta como estaba. Llevé un bolso con ropa atrás, una mochila con agua y alguna herramienta, por si se rompía la bicicleta, y la carpa”.
EL VIAJE. Ya adentrado en la ruta, Ariel había tenido que pagar su inexperiencia y el viaje de ida había sido el más difícil. “Me costó más la ida, primero por la falta de costumbre. Diez kilómetros antes de llegar a los 100, me quedé sin agua, porque no tenía bien el cálculo”, indicó.
En la misma línea añadió: “Salí para la ruta 50 hasta el cruce de Carlos Casares y, de ahí, a Pehuajó, pero antes de llegar a Carlos Casares fue que me quedé sin agua. Pero recargué y seguí hasta Pehuajó. Así que hice 140 kilómetros, más o menos, durante el primer día. Esa ruta 5 es bastante complicada, pero te respetan mucho los autos y los camiones. Cuando la ruta está ocupada con un camión, de cualquiera de los lados, yo bajaba al pasto, porque el camión no se puede correr demasiado”.
“Hice noche en el aeródromo de Pehuajó, en el que dejan acampar. Al otro día seguí hacia Henderson, paré un rato ahí y seguí hacia Daireaux. Ya estaba en la mitad. Así que acampé en Daireaux y me quedé un día, porque hubo tormenta, así que no salí. Descansé y recién arranqué al otro día hasta General Lamadrid, otros 100 kilómetros. Todo ese camino es en subida, así que fue el más difícil. De ahí fui a Líbano, hasta el que hay unos 40 kilómetros por camino a tierra, y subí a la ruta que va derecho a la Ventana. Desde ese lugar, que está a unos 100 kilómetros, ya se ve. Cuando arranqué, subí y rompí la ‘bici’; se me rompió la masa de la rueda de atrás. Ahí un hombre del General Lamadrid me auxilió y me llevó a Lamadrid, donde me quedé otro día más. Me consiguieron una llanta, me la regalaron, y pude seguir y llegar hasta la Sierra de la Ventana”, contó.
Además, agregó: “Una vez que llegué, fui al camping de unas personas que son bomberos, donde era más económico, así que acampé ahí y pasé tres o cuatro días. Salí a recorrer, al río, al cerro que estaba más cerca. Era más tranquilo”.
LA TEMPERATURA. Ariel había tenido que lidiar, entre otras cosas, con la amplitud térmica, desde temperaturas muy altas durante el día hasta muy bajas por la noche. “Tuve dos o tres días de 34°. Cuando volví de Sierra de la Ventana, me pasó lo mismo. En el camino de tierra que me llevaba hasta Lamadrid, también, 34°, más toda la tierra que volaba. Fue terrible… Esas fueron las partes más difíciles. Después, hasta Lamadrid, tenía bajada derecho desde Daireaux. Creo que tardé cinco horas y pico en la vuelta, cuando había tardado siete horas en la ida”, prosiguió.
También destacó: “La gente, buenísima, aparte de permitirme estar la noche, ofrecerme un colchón, almuerzo, cena. Porque andar en la ‘bici’ todo cansado, llegar, tener que armar la carpa y dormir tirado en el suelo, con poco espacio… Yo solamente había llevado un cubrecama. Pasé dos noches de mucho frío. Y, cuando volví, también. Salí a las 6:00 de la mañana y solamente había llevado en buzo. Uno piensa que es verano. ¿Qué se va a imaginar que hace tanto calor y, por la noche, tanto frío…?”.
“El último tramo fue desde Daireaux hasta el cruce con la ruta 50. Hice los 100 kilómetros hasta Pehuajó y los 50 kilómetros hasta el cruce. Me llevó cinco horas. No me daba el tiempo para llegar, ni la energía, así que en esos últimos 100 kilómetros me pasó un camionero que me estaba siguiendo y me trajo hasta Lincoln, y a esos 100 kilómetros no los cuento. Iba a hacer 1.170 y, al final, fueron 1.070”, reconoció Ferreyra.
A SEGUIR. Después de esta primera travesía, seguramente vendrán nuevos objetivos. No obstante, Ariel prefiere la cautela. “Todavía no pensé en un nuevo desafío, tal vez más para el año que viene. Pero para la próxima no me pueden faltar el mate y un colchón inflable. El tema es que todo ocupa lugar”, dijo.
En el mismo sentido dijo: “Tengo ganas de ir a un lugar de acá, cerca, como Salto. Son 200 kilómetros. Capaz conviene hacerlo en dos días”.
También destacó la importancia de la compañía de algún amigo luego de haber completado más de 1.000 kilómetros en soledad. “Hay amigos a los que les gustó la idea de acompañarme, pero después hay que arrancar; no es fácil. Si fuera con otro y estás en una situación en la que te agarra la noche, que no es conveniente, y vas a acampar…”, sostuvo.
Finalmente, manifestó su gratitud hacia quienes le habían dado una mano a lo largo del viaje. “En el camino, siempre te vas encontrando con gente que te puede ayudar, con gente que te puede hospedar. No sabemos cómo puede salir. Esta vez salió bien, pero no, la gente es piola con los viajeros. En Daireaux también conocí muy buena gente, que me dio un lugar y me ofreció comida, y eso para uno, que anda solo, es importante”, finalizó.