Columnistas

LITERARTE. Momento de lectura y reflexión

A los que quieren dejar una huella.

A aquellos que buscan la plenitud del alma.

A quienes tienen la dicha de poder hacer lo que aman.

A los que llevan escondida la luz del arte en su interior, tal vez estas palabras los impulsen a encontrar su don y expresarlo”.

Melisa Rodríguez tiene 39 años. Nació en Lincoln y vive aquí con sus dos hijos. Es artista, bailarina, actriz, escritora y profesora de Lengua y Literatura.

Forma parte del grupo de la Compañía de Artes Escénicas “PO. Arte con Piel Original”, en la que, junto con Mariela Sanín y todo su equipo, desarrolló su trayectoria artística desde pequeña.

Publicó su primer libro, “Cada parte de mis partes”, en noviembre de 2021 y actualmente se encuentra trabajando en su próximo proyecto literario.

La ventana

Salir al jardín no era su único entretenimiento. También observaba el sol por la ventana del baño: una persiana americana de cincuenta centímetros por treinta. Le gustaba ver al sol fraccionado. Le gustaba ver cómo se reflejaba en la pared frente a la ventana. Las franjas de luz y de sombra. Cerrar la ventana: oscuridad. Abrirla: franjas. Se parecía a un viejo pijama que tenía cuando era chica, blanco y negro, luz y sombra.

Le gustaba meditar en ese baño por las mañanas. Meditar cómo el sol era lo único que la iluminaba. Lo demás era sombra.

El hospital no era el problema, aunque, encerrada, se sentía libre, siempre y cuando pudiese seguir asistiendo cada mañana a ese baño. La esclavitud estaba dada por otras cosas.

Tenía veintinueve años y no muchas cosas vividas. Llevaba ocho allí dentro, sin poder elegir, pero eligiendo. Cada noche, al acostarse, se decía las mismas palabras: “Mañana quiero vivir aquí”. Y así era, cada día.

No se comunicaba con nadie, no hablaba, no escribía, no miraba. Así, los ocho años.

Nadie la molestó; a nadie molestaba.

Una noche se acostó y, después de profesar su deseo diario, cerró los ojos. De repente, comenzó a sentir que se ahogaba. Nadie la escuchó, no hacía ruido, no podían ayudarla. Sus pulmones se quedaban sin aire. Su cama, desarmada. La habitación, en silencio, semi oscura.

Yo la vi. Daba de patadas, desesperada. Pero La Turca era fuerte. Podía hacérmelo a mí también, si era necesario. Tuve que fingir que dormía. Ver cómo, de a poco, Vera dejaba de patalear. Ver cómo los brazos de La Turca estaban lastimados por los rasguños. Ver cómo, en silencio, cayó la almohada en el suelo y, sigilosamente, todo volvió a la normalidad; solo que, al día siguiente, el sol no salió.

CUENTOS. “Cada parte de mis partes”. Editorial “Diario del Desierto”. 2021.

Por Melisa Rodríguez.