Columnistas

LITERARTE. Momento de lectura y reflexión

“A los que quieren dejar una huella.

A aquellos que buscan la plenitud del alma.

A quienes tienen la dicha de poder hacer lo que aman.

A los que llevan escondida la luz del arte en su interior, tal vez estas palabras los impulsen a encontrar su don y expresarlo”.

Melisa Rodríguez tiene 39 años. Nació en Lincoln y vive aquí con sus dos hijos.

Es artista, bailarina, actriz, escritora, y profesora de Lengua y Literatura. Forma parte del grupo de la Compañía de Artes Escénicas PO. “Arte con Piel Original”, en la que, junto con Mariela Sanín y todo su equipo, desarrolló su trayectoria artística desde pequeña.

Publicó su primer libro, “Cada parte de mis partes”, en noviembre de 2021 y actualmente se encuentra trabajando en su próximo proyecto literario.

En la punta de su lengua.

– En el cielo, las estrellas, /en el campo, las espinas. /Y en el medio de mi pecho…

– ¡La muy puta de Ernestina!”, gritó Pablo, y la clase se echó a reír a carcajadas.

Ernestina no solo no entendía por qué Pablo la insultaba de esa manera, sino que empezó a preocuparse. Sus mejillas enrojecidas no intimidaron a sus compañeros e imprimieron una sensación de lástima en la profesora, que no dejaba de callar a gritos a toda la clase.

A la salida del colegio, y como todos los jueves, Manuel esperaba a Ernestina, emocionado, de mano derecha, sobre la calle Monsalba, a dos cuadras del establecimiento. La cita duraba tres horas, justo lo que ella tardaba en llegar a su casa, al otro lado del pueblo, después de la clase de piano.

Entraban en el departamento y Manuel le preguntaba cómo le había ido en su semana, mientras preparaba una suculenta merienda. Se sentaban juntos a la mesa y conversaban. A Ernestina le fascinaba estar con Manuel. Era apuesto y maduro, y se interesaba en lo que a ella le pasaba. Ni bien terminaban el té, comenzaba la escena romántica de los jueves. Manuel recorría a Ernestina con la mirada y le quitaba el uniforme con cadencia y suavidad. Ella le cantaba al oído una canción de los Bee Gees y lo abrazaba lentamente, hasta terminar recostados en la cama, recién preparada para el encuentro de los enamorados.

A las ocho de la noche, Ernestina volvía a su casa. Su hermano la esperaba con la cena y se iba a trabajar.

Ella, como todas las noches, preparaba sus cosas para el otro día, leía algún libro y se dormía soñando con que mañana sería jueves otra vez.

Pablo miraba a Ernestina con ira, pero no decía nada. Solo la había insultado delante de toda la clase sin que nadie encontrara motivos. Ella intuía qué le podía estar pasando y toda suposición terminó cuando, después del recreo, encontró sobre su carpeta una nota que decía: “Lo sé.” Esa nota no necesitaba firma, y Ernestina no tenía cómo informar lo que estaba pasando. Tenía que ver a Manuel; estaba segura, pero hasta el próximo jueves no se encontrarían.

Decidió ausentarse toda la semana del colegio y el jueves, presentarse en la calle Monsalba.

– Lo sabe- le dijo.

– ¿Quién?

– Pablo.

Manuel encendió el auto y se dirigió al departamento en silencio. Ni él hablaba, ni ella preguntaba. Él tenía un nudo en la garganta que lo ahogaba y Ernestina, en la punta de su lengua, las palabras más tristes por decir.

Cuando bajaron del auto, la niña lo miró, le dio un beso y se marchó. Él no hizo nada por retenerla, subió al auto y fue a buscar a su hijo a la clase de tenis. Pablo salía a las seis.

Por Melisa Rodríguez.