Columnistas

LITERARTE. Momento de lectura y reflexión

Melisa Rodríguez tiene 40 años. Nació en Lincoln y vive aquí con sus dos hijos. Es artista, bailarina, actriz, escritora y profesora de Lengua y Literatura. Forma parte del grupo de la Compañía de Artes Escénicas “PO. Arte Con Piel Original”, en la que, junto con Mariela Sanín y todo su equipo, desarrolló su trayectoria artística desde pequeña.

Publicó su primer libro “Cada parte de mis partes” en noviembre de 2021 y actualmente se encuentra trabajando en su próximo proyecto literario.

SUBLIME

Espero que estas palabras resuenen en los cuerpos y que bailen conmigo.

Una unión sublime entre las palabras y la danza. 

Porque lo que no puedo decir lo bailo. Porque lo que bailo, algún día pueda ser dicho.

Un día dije bailando lo que no pude decir cara a cara. El baile es algo sagrado para mí, el santuario se traslada donde este bailando, con el cuerpo o el pensamiento.

Es, de alguna manera, la forma de manifestar los estados y los tiempos del alma, es decir con el cuerpo donde las palabras no llegan o no son suficientes.

Es dolor, bailar duele. Pero ese dolor se transforma en algo que decir para darle lugar a la sanación. No encuentro mejor lugar donde sanar que no sea en la danza

Es revelación de límites, de habilidades, de belleza. 

Es libertad en la opresión. No siempre se está encerrado de manera literal entre cuatro paredes, nuestros cuerpos son jaulas que se apoderan de nosotros. Descubrí limites específicos en mí con la danza, pero estos hicieron que creara nuevas formas y fuera una mejor versión de mí. 

Mi realidad esta traspasada por la danza. Y la danza es una excusa para trascender. Es el único lugar donde mi cuerpo no tiene forma, donde no tengo edad, ni peso. Soy etérea. Bella. Eterna. Y toda mi intención al exponerme es dejar una huella. Bailar sublima, tatúa, marca, al otro, a mí.

Pero hay que ser claros en el lenguaje del cuerpo, la huella puede convertirse en hoyo. El trabajo de autodescubrimiento no debe confundirse con ensimismarse. Aislarse de esa forma se convierte en algo nocivo, narcisista. El encuentro del bailarín consigo mismo es personal, pero desde el encuentro con otras almas, con otros cuerpos, con el espectador. Los ojos y las almas que reciben lo que él da. No se hace arte para guardarlo, el arte es compartir experiencia, es exteriorizar emociones, movimientos internos que son creación propia, pero propiedad también del que los recibe. El baile es mío y es tuyo. Es un acto de desapego, de amor. La entrega no siempre es serena, pero es audaz, valiente y verdadera.

Siempre me pregunté cuándo es el final. Y creo que es cuando el cuerpo ya no puede decir nada.

Todo proceso conlleva una crisis y toda crisis, un crecimiento, un reencuentro, una transformación.

En el desierto somos etéreos, somos pequeños, nos conduce el viento. Nos seduce, nos dejamos llevar. ¿Qué árbol florece plantado en la arena?

Por eso bailamos, para brotar con raíces fuertes, pero cortas, para poder volar.

Pero para el que baila, el tiempo es efímero. Aunque el cuerpo marca su humanidad, puede sentir cómo el ser trasciende. El bailarín roza la eternidad. Sigue bailando en los cuerpos de otros, trasciende en sus almas. Su ser transmuta en movimientos ajenos, comparten un trozo de su esencia, la reencarnan, la hacen florecer. 

La muerte no es la ausencia, sino el olvido, Solo si se olvida, desaparece y, aun así, vive, porque sus movimientos quedan perpetuados en el viento.

Se convierte en un ser cíclico. Un movimiento comienza, transcurre, termina y vuelve a empezar. La eternidad no tiene tiempo. Solo el tiempo se acaba y lo que se acaba produce dolor. El dolor lo devuelve a las raíces y allí se vuelve al principio. Principio que es final al mismo tiempo, el tiempo de la eternidad.

SUBLIME (Fragmento) – Cada parte de mis partes.

Por Melisa Rodríguez.