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Haters: sobre el odioamoramiento

Según la Real Academia Española, el término “odio” se define como un “sentimiento grande de rechazo y antipatía”. Con el advenimiento de las nuevas tecnologías y el auge de las redes sociales, hemos sido testigos del crecimiento de los llamados haters, un término que proviene del inglés y puede traducirse como “odiadores” o “calentadores”. Estas personas se caracterizan por utilizar la agresividad en el ámbito digital para atacar a personas, grupos o conceptos que dicen despreciar.

Este modo de nombrar se refiere a un término circunscrito al uso de Internet para describir a quienes difaman, desprecian o critican destructivamente, muchas veces movidos por razones poco racionales o simplemente por el placer de difamar.

Aunque coloquialmente el odio parece percibirse como una forma de ruptura en los vínculos, también puede entenderse como uno de los lazos más fuertes que se establecen con otra persona o con sus objetos. En este sentido, el odio puede funcionar como un dique, un intento de separación que, paradójicamente, une al odiador con aquello que desprecia.

Pensar al odio como la contracara del amor, y como un modo de sostener el lazo con el otro, nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre el significado profundo del amor. El psicoanalista francés Jacques-Alain Miller, en un reportaje, sostiene que “amar verdaderamente a alguien es creer que, amándolo, se accederá a una verdad sobre sí mismo. Amamos a aquel o aquella que esconde la respuesta, o una respuesta, a nuestra pregunta: ‘¿Quién soy yo?'”.

En ese mismo texto, Miller señala: “Algunos saben provocar el amor en el otro. Saben qué botones apretar para hacerse amar. Pero ellos no aman necesariamente. Para amar, hay que confesar su falta y reconocer que se necesita al otro, que le falta. Aquellos que creen estar completos, solos, o quieren estarlo, no saben amar”.

¿Qué implica “confesar la falta”? Como decía Lacan, se trata de “dar lo que no se tiene”. Amar no es ofrecer bienes materiales o regalos, sino reconocer la propia falta y entregarla al otro, situándola en él. Es un acto que va más allá de sí mismo, una entrega que desafía las certezas individuales.

Desde esta perspectiva, el amor podría entenderse como un laberinto de malentendidos cuya salida no existe. Sin embargo, lejos de sonar pesimista, esta reflexión invita a perderse en el camino del otro, a construir junto a él, en un acto conjunto que implica aceptar la incertidumbre y fundamentalmente la incompletud.

En contraste con la lógica capitalista, donde los horarios y la productividad prometen respuestas rápidas y fórmulas preestablecidas para “encontrar el amor de tu vida”, las pasiones humanas no ofrecen garantías. No existe manual para abordar lo que implica el encuentro con otro cuerpo, la ansiedad del rechazo o, incluso, la confirmación de un amor. ¿Acaso existe algo más emocionante que recibir un “like” de quien intentamos conquistar?

Regresando al tema de los haters, su práctica de insultar o denigrar a otros puede entenderse como un recurso utilizado cuando ya no hay más palabras, cuando se agota la capacidad de razonar. El insulto, según Lacan, ocupa un lugar destacado en la reflexión sobre el lenguaje: es un esfuerzo por decir lo indecible y, a la vez, constituye tanto la primera como la última palabra. En el insulto se encarna el “tú eres eso”, situando el odio como uno de los caminos del ser ¿cómo construir modos más amables para establecer lazos con los otros?

Lacan argumenta que el amor engaña sobre la verdadera naturaleza del objeto, mientras que el odio, en su búsqueda del ser, despoja al objeto de sus apariencias. Esto no implica una apología del odio, sino más bien una reflexión sobre su lugar como una pasión humana fundamental.

Entonces ¿qué hacer con los haters? Déjenme decirles queridos lectores, que no podemos hacer en términos productivos, si nos queda una batalla por librar, es la de la ternura. Dejemos de lado aquellos que disfrutan de denigrar al otro, personas carentes de amor propio, cuyo único sentido de la vida es la destrucción de todo vínculo.

Amar es un acto de resistencia, solo para valientes, quienes se animan a encontrarse con su lado más oscuro y aún así eligen compartir la vida con un otro, distinto, diferente. En una época que glorifica el individualismo, la productividad y la autosuficiencia, el amor se convierte en un desafío a la lógica imperante. Amar exige abandonar la ilusión de completud, aceptar la incertidumbre y atreverse a construir con el otro, se trata de poder mostrarse vulnerable y sostener los malentendidos. Es un posicionamiento ético que nos enfrenta a la seducción de las respuestas rápidas y las soluciones fáciles, para reivindicar el valor del encuentro genuino, imperfecto y profundamente humano.

Amar, es un compromiso: la valentía de abrirnos al otro, de construir juntos algo que desafíe el aislamiento de nuestra época. En un mundo que nos empuja a encerrarnos, al ensimismamiento, el amor se alza como una trinchera, un espacio donde la conexión con el otro se convierte en una forma de resistencia y, quizás, en nuestra mayor afirmación de vida.

Y si acaso no brillara el sol

Y quedara yo atrapado aquí

No vería la razón

En seguir viviendo sin tu amor

Nos leemos la próxima.

Por la licenciada en Psicología, Florencia Hidalgo.