Carlos Decarlini: “El carnaval no es sólo para mirar; hay que vivirlo”
DECLARACIONES. Con su energía inagotable, su carisma y su impronta única, ha logrado transformar algo tan cotidiano como vender papas fritas en un espectáculo dentro del corso.
Para muchos, es simplemente Carlos Decarlini, pero en Lincoln todos lo conocen como “El Melena” o “El Papi”. De esa forma fue presentado en el estudio de La Posta Radio (FM 88.5), en el marco del programa “Primero lo Primero”.
Con su energía inagotable, su carisma y su impronta única, ha logrado transformar algo tan cotidiano como vender papas fritas en un espectáculo dentro del Carnavalincoln. Siempre disfrazado, siempre bailando, ha convertido su trabajo en una fiesta y dejado su huella en la historia del corso.
Oriundo de Córdoba, a los 6 años se había trasladado a Buenos Aires, donde se había criado y vivido hasta hace 25 años, cuando el destino lo había llevado a Lincoln. “Caí por mi suegro, que vivía acá. Nos vinimos con miedo, porque yo venía de una ciudad grande y Lincoln me parecía un pañuelito. Pero nunca fui cobarde para lo nuevo, así que me mandé”, contó.
Su relación con el carnaval había comenzado de manera accidentada. Primero había intentado vender garrapiñadas, pero la multitud lo había tapado y no había podido trabajar bien. Luego había probado con ensalada de frutas, pero una falla eléctrica le había echado a perder toda la mercadería. Finalmente, un día, mientras trabajaba en una verdulería, le habían ofrecido vender papas fritas dentro del corso. “Acepté, pero con una condición: yo no sólo iba a vender; yo iba a vivir el carnaval”, rememoró. Así había sido como había decidido que su trabajo debía ser divertido, tanto para él como para los demás.
“En Buenos Aires, yo vendía globos inflados con helio y tenía un traje de payaso. Así que le dije a mi mujer que me lo arreglara, lo renovamos un poco y me largué al corso vestido de payaso a vender papas fritas. Y fue un éxito. Después muchos vendedores también empezaron a disfrazarse. Era hermoso ver eso, porque te dabas cuenta de que podías brindar un servicio, pero también disfrutarlo”, repasó.
A lo largo de los años, ha acumulado anécdotas inolvidables, pero hay dos que llevan un lugar especial en su memoria. La primera había sucedido cuando había participado en el corso una comparsa de personas con discapacidad. “Esa noche estaba vestido de murguero. Justo vi a los chicos y decidí unirme a ellos. Le pedí a un hombre que me sostuviera la bandeja de papas mientras bailaba con la comparsa. Cuando volví, no quedaba ni un cono. ‘Me la robaron, loco’, me dijo el tipo. Me reí y le respondí: ‘No importa. Lo que viví no tiene precio’. Pero la historia no terminó ahí. Más tarde, el mismo hombre me llamó y me compró cinco conos. Cuando volví a llevarlos, me pagó, además, todos los que había vendido. Fue un gesto que me hizo emocionar hasta las lágrimas”, recordó.
La segunda anécdota está relacionada con el fútbol, y el clásico local entre Rivadavia y El Linqueño. “Después de un año en el que hubo muchos enfrentamientos entre hinchadas, decidí hacer algo simbólico. Le pedí a mi mujer que me hiciera un traje que fuera mitad de Rivadavia y mitad de El Linqueño. Los que se enteraron me decían que estaba loco, que iba a terminar golpeado en una esquina. Pero yo lo hice igual. Y fue increíble, porque, lejos de generar peleas, la gente se reía y entendía el mensaje. Al final, lo que importa es disfrutar, no pelear”, recordó.
Hoy, a los 59 años, Carlos sigue con la misma pasión y la misma filosofía de vida. “El carnaval no es sólo para mirar; hay que vivirlo. Y, si puedo hacer que otros se diviertan en el camino, mucho mejor”, destacó.