Columnistas

LITERARTE. Momento de lectura y reflexión

REALIDAD DANZANTE

Entonces guardó las zapatillas de puntas y

el tutú rosado, se puso las calzas y las rodilleras

y cambió la elegancia y la perfección de

las piezas clásicas por el caos estético y el impacto de la realidad.

La danza siempre fue para mí (y lo sigue siendo), un constante aprendizaje, una manera de vivir o, mejor dicho, una manera de afrontar y caminar la vida.

Bailar no me aísla, me inserta aún más en una realidad ineludible. Estoy más conectada de lo que todos piensan. Intento ser, danza mediante, un agente de cambio y no solo una observadora, porque el arte es una manera de decir y decirse, de hacer, construir un universo de movimientos que contribuyen al aquí y ahora.

Soy una y muchas a la vez, a veces, hasta ninguna. Amorfa, etérea. Una pequeña parte de un todo magnífico. Una masa bailadora sometida a melodías sublimes y violentas.

No cambio por nada ese contacto sudoroso, el contacto de cuerpos que se amalgaman.

Desarrollo con la danza los oídos del alma, el motor de mi cuerpo. Activo cada músculo, cada hueso. Integridad. Todo habla: el movimiento, la quietud, el silencio, los gritos, la respiración, el sudor.

He descubierto que la técnica no es nada sin la expresión.

He comprendido que la danza no es nada sin equipo.

He aprendido a bailar y la danza me hizo madurar.

He aprendido a mirarme y aceptarme. A corregirme y dejarme corregir.

He aprendido que la estructura es verdadera cuando se vuelve flexible.

He encontrado un amor. Un amor que es correspondido y perenne. Un amor que me hace eterna y única. Un amor que me hace amar.

Por Melisa Rodríguez.