Cuerpos que incomodan: las adolescencias en tiempos de crueldad
La adolescencia suele presentarse como una etapa de crisis, de transformación y de búsqueda. Pero, ¿cómo se vive esa transición cuando el lazo social se debilita y la crueldad parece volverse la norma? Hoy, más que nunca, el cuerpo adolescente se convierte en escenario de tensiones, pero también en síntoma de una época que no tolera la diferencia.
Frecuentemente llegan a consultas familias con diagnósticos cerrados que obstaculizan cada vez más la posibilidad de la emergencia de un sujeto. TAC, TAG, negativista desafiante, entre muchas otras maneras de nombrar y de clausurar lo que les sucede a los jóvenes.
La serie británica “Adolescencia”, recientemente estrenada en Netflix, retrata con crudeza este panorama. Un joven de 13 años acusado de un crimen, en una comunidad que rápidamente reacciona con juicios lapidarios, muestra cómo los discursos actuales muchas veces cancelan toda posibilidad de escucha. La serie conmueve, no solo por su formato -planos secuencia que intensifican la sensación de encierro-, sino también por la manera en que nos enfrenta a la fragilidad de una subjetividad en construcción.
La relación con el cuerpo será una brújula que nos permitirá leer no solo qué operaciones subjetivas se han logrado, sino también cuáles están a la espera de producirse. No es lo mismo el cuerpo de la infancia que el de la latencia, ni tampoco el de la pubertad. Cada uno implica desafíos específicos. En la adolescencia, el cuerpo se vuelve una presencia disruptiva, fuente de extrañeza, pero también en el lugar desde el cual el sujeto intenta rearmarse frente a lo desconocido.
El psicoanálisis nos enseña que no hay adolescencia sin preguntas que interpelan al cuerpo. Un cuerpo que ya no es el de la infancia, pero que aún no encuentra inscripción simbólica en el mundo adulto, un mundo que cada vez deja más en evidencia lo solo que se encuentran los jóvenes de hoy. A esta coordenada se suma una época que favorece la inmediatez, la exposición permanente, el rechazo a lo diferente y el borramiento del otro como interlocutor válido. El resultado es un escenario que puede resultar insoportable para muchos púberes y adolescentes.
Frente a este panorama, se vuelve urgente la apuesta por el lazo. Por espacios donde la palabra tenga lugar, donde se escuche el malestar sin apresurarse a clasificarlo ni expulsarlo. Espacios donde el cuerpo pueda ser alojado y no juzgado, como así también adultos disponibles que puedan dar lugar a la palabra del otro, sin sentenciar aquello que sienten o buscar respuestas express frente a la angustia.
Reconocer y respetar la singularidad del recorrido adolescente es, también, una forma de cuidar. “Míralos, míralos. Están tramando algo. Pícaros, pícaros, quizás pretenden el poder. Cuídalos, cuídalos; son como inofensivos” (Serú Girán).
Por la licenciada en Psicología, Florencia Hidalgo.