Columnistas

LITERARTE. Momento de lectura y reflexión

Nueve

Hace 9 años, mi papá falleció. Se ahorcó en su propia casa. Un padre intermitente y que hizo lo que pudo desde su carencia de amor. Desde ese momento hasta hace unas semanas, mi sueño recurrente era yo acercándome a él colgado, agarrándole las piernas, tratando desesperadamente de liberarlo. 

Hace un tiempo, comencé un proceso interno arduo, árido, tremendamente doloroso, un camino que me enseñó a amarme como merecía que me amen, un camino que comenzó con un deseo: tener el coraje de ser yo misma. Libre. Amante y amada, sin tener la necesidad de mendigar nada.

Resulta que volvió el sueño, volví a acercarme a mi padre, con la intención intacta de sacarlo de ahí, pero cuando miré hacia arriba, no estaba él, estaba yo, ahogándome y viendo como yo misma quería liberarme. Y así fue, en un impulso, las dos, ella y yo, fuimos finalmente una y caí al piso con la soga en la mano, ya no en mi cuello. Me levanté y lo vi a papá que me decía: “eras vos”, me sonrió y se fue. Desde ese día, su muerte tiene sentido para mí.

A veces, el camino de liberación parece un irse del mundo y en realidad es un venir hacia uno mismo y desde aquí, volar.

Que tengamos siempre la capacidad de ser nosotros mismos. La sabiduría de comprender que los únicos responsables de lo que nos pasa somos nosotros y la humildad de detenernos a ver al otro siempre como un maestro que viene a mostrarnos cosas que debemos sanar para ser cada vez mejores personas, para que caminemos cada vez más livianos, y llenarnos de aquello que nos nutre. Porque si nos nutre, suma… y si suma, hacemos bien. 

Feliz año nuevo.

Por Melisa Rodríguez.